Correr en una zona costera restringida por ser territorio militar, no es algo que se pueda hacer todos los días. No es menos cierto que las zonas costeras, especialmente si están en el extremo este de cualquiera de las islas canarias auguran una serie de peculiaridades que, por decirlo de una manera suave, no agradan a todo el mundo. El viento no debería sorprendernos, de hecho esa base militar está en esa localización (junto con el aeropuerto) por esa presencia constante y asegurada del aire, que ayuda a realizar aterrizajes y despegues más seguros. Luego está el sol, que aunque es menos frecuente que el viento sigue honrándonos con visitas regulares, con permiso de la <<panza de burro>> claro.
Bajo estas condiciones el 1 de mayo viene celebrándose una de las carreras con más solera (que no <<solajera>> que también) de la geografía canaria, la Media Maratón y Vuelta Atlética del Mando Aéreo de Canarias, comúnmente conocida como <<La MACAN>>. Esta carrera tiene cosas que ahuyentarían a más de uno, pero que con el paso del tiempo, ha sabido hacer de sus principales desventajas (que no defectos) sus mayores virtudes. Un circuito a tres vueltas (una sola para la modalidad de 7km) lleno de toboganes, muchísimo viento en todas direcciones, mucho sol y nada de sombra y una segunda y tercera vueltas un poco solitarias por el efecto ahuyentador de la carrera corta (la que yo corrí).
Precisamente, todas estas condiciones desfavorables atraen a ese corredor bravo al que le seduce más un reto de lucha contra los elementos, que de lucha contra el crono. O incluso ambas inclusive. Los que somos más de crono, normalmente evitaríamos elementos (y distancias diferentes al cuarteto 5-10-21-42) pero permítame que en este caso haga una excepción. <<La MACAN>> es mucho más que una carrera, es una oportunidad fantástica de visitar una base militar, de estar rodeado de aviones, de sentir las losas de “concrete” por donde pisan los aviones camino del hangar y de ver como en el ejército, si algo saben hacer sobradamente, es ser eficientes organizando.
Por si todo esto fuera poco el enclave no puede ser mejor, una playa de esas que ya no quedan, natural y sin apenas <<rastro humano>>. Curiosamente en la playa, supongo que por el abrigo de la península de Gando, el viento se hace calma y permite disfrutar de ella de la misma manera que se hacía hace 50 años.
Siete kilómetros de carrera no dan para mucha crónica, es básicamente un salir fuerte, aguantar el temporal y apretar al final. Como casi siempre, lo mejor de la carrera ocurre antes de la salida y después de cruzar la meta. En esta ocasión había bastante representación de amiguetes y ganas de <<naturalizar>> a alguno.
Carrera corta = calentamiento intenso. Sin dudarlo demasiado me casco casi 5 kilómetros de calentamiento, entre trote, trote vivo, movilidad articular y rectas con progresiones. Al cajón. Aquí tenemos lo de siempre, la élite atlética local y los de <<vamos a ponernos aquí que parece que mola>>. Organizar cajones exige controlar los tiempos y marcas de los corredores y necesita mucha dedicación que quizá una carrera de este tamaño no necesite, pero no estaría de más unos consejos exprés por el speaker, que ahuyenten a los despistaos. Es más, me atrevería a decir que con poner un cajón simplemente delimitado con cinta haría que los que van a salir al trote les diera “cosica” de entrar.
Minuto de silencio sepulcral en recuerdo de las víctimas del accidente del Helicóptero del SAR y el <<León de Becerril>> nos da la salida, previa ovación claro, no podíamos ser menos. Salimos a tope esquivando a los equivocaos y me centro en buscar compañeros para formar grupo y hacer la táctica rata de esconderme del viento. En el kilómetro uno se forma un buen grupo, de los que identifico al amigo Ángel Baena, Juan Saavedra y David Montesdeoca.
Yendo tapado por el resto de compañeros el cuerpo me pide un pelín más de ritmo, pero el siguiente grupo está lejos e ir solo contra el viento da un poco de yu-yu. Giro de 180º cerca del km3 (entrada de la base aérea) y decido empezar a tirar (kilómetro 2 en 3:44 y yo quería hacer algo menos) y me sigue todo el grupo. A partir de aquí ya sólo me relevaría un chico al que alcanzamos sobre el kilómetro 4 y Ángel Baena que tira hasta el último giro de 180º en el punto más al sur de la carrera. Quedan 1500 metros y como voy bien subo un poco el ritmo y entro en meta en 25’45” haciendo 8º de la general y 7º de mi categoría.
El verdadero valor de la carrera empieza en este momento, hamacas donde sentarse a quitarse el chip, avituallamiento perfectamente surtido (agua, bebida energética, pasteles varios, plátanos, naranjas…) y el acceso a la zona de masajes, con más de 10 camillas con hasta tres masajistas por camilla y un nada despreciable masaje de ¡10 minutos!. Después de todo esto voy a la meta a ver la llegada de Gonzalo y nos reunimos al final todos en la playa para dar este lamentable espectáculo:
Por si esto fuera poco, después de la entrega de trofeos la organización obsequia a participantes y familiares y amigos con una enooooorme paella, acompañada con pan, cerveza, bebidas energéticas, agua, fruta y postres variados. Valor, a esto se llama valor. Y si, supongo que uno puede presuponerle valor a una carrera del ejército ¿no?